MIGUEL OÑATE +
ASFÁLTICCA + Quijotes Eléctricos
Madrid
– Excálibur – 30.09.10
La
última noche de septiembre la sala Excálibur
ofreció el mejor “forfait” o “ticket” de la temporada en materia de Rock
español -para mí, mucho más interesante que el sempiterno cartel de “sota,
caballo y rey” con el que esa misma tarde empezaba el Getafe en Vivo en el secarral del Cerro de los Ángeles-. Pese a la
competencia de Goliath, David congregó a un buen número de aficionados a la
médula espinal del Rock español de los setenta y ochenta. Vimos por allí a un
Leo “Stravaganzza/ 037” de incógnito, a músicos de los setenteros Tea y a gente del foro de Asfalto.
Quijotes Eléctricos comenzó
la sesión con una selección de temas eternos de Barón Rojo, Topo, Ñu y Leño. La
elección de los himnos fue perfecta, cual cinta de grandes éxitos de las que
antaño nos poníamos en el coche. Resultó un complemento perfecto para redondear
el resto de la noche, dedicada íntegramente al legado de Asfalto y la voz del
que ha sido su mejor cantante, por mucho que le joda a Julio Castejón.
Asfálticca rizan
el rizo de los grupos tributo con su “jevilización” de Asfalto -en afortunada
expresión de Jon Marin, presentador del evento-. Haciendo honor a su nombre, el
quinteto salpica su interpretación del repertorio de los maestros madrileños
con algunos detalles de sus homólogos de Los Ángeles. Curiosísimo resultado, y
más curioso aún cuando sobre el escenario vemos a un cantante que físicamente
tiene un aire al mismísimo Oñate. Esa noche José A. Álvarez cojeaba
visiblemente e hizo un esfuerzo que hay que destacar, tras haber sufrido un
accidente días antes. A su derecha, uno que para nada parecía lesionado era
Javier Canseco, antiguo bajista de Cuatro Gatos, inquieto como pocos y
disfrutando a muerte cual Guny/ Burton-Newsted-Trujillo. Quizás en un guiño al
anfitrión de la velada, Asfálttica optaron por una “sinfonola” que incluyó
los títulos obligados (no hace falta citarlos, ¿verdad?) y algunas deliciosas
sorpresas de la etapa Sniff, como ‘Bufalo
Vil’, ‘Desaparecido’, ‘El hijo de Lindberg’ o ‘Es nuestro momento’.
Miguel Oñate, más
conocido por “el hombre del chaleco que nunca envejece” ofreció un concierto
redondo. Acortó un poco su set por
imperativos de horario, pero sazonó la parte final de la noche con un
repertorio que ya camina solo. Sus dos discos de resurrección, ‘Muy personal’ y
‘Crisis y castigo’, están arrinconando por sí mismos su teórica dependencia del
glorioso pasado. Hubo coros en el ya clásico ‘El bar de Katy’ y momentos
cumbres como esa versión slow con la
que ha puesto al día la joya de ‘Más que una intención’. Desde los tiempos del
pub Kenny Bell, nunca había visto tan
suelto a Oñate. Le sienta bien el formato de banda acompañante, sin que por
ello mengüe el encanto de verle agarrado a su guitarra de caja redonda. Miguel
es un cantautor rockero que transmite
la sinceridad y veteranía que aún tienen que trabajarse otros cachorros como
Albertucho, Poncho K o Quique González. La solera es un grado, y
afortunadamente en el Rock sabemos cuidarla y apreciarla. Sólo alguien con
mucha barra y vida recorrida es capaz de darle sentido a temas como ‘La
señorita Depresión’, ‘Esa camarera’, ‘La torre de papel’ o las más recientes
‘No puedo esperar’ y ‘La llave’. En trago largo o trago corto, en eléctrico
o acústico, tómese una infusión de Miguel Oñate y olvídese ya de su sesión de
yoga de los jueves.
Leonardo Cebrián Sanz
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